viernes, 15 de febrero de 2019

MEMORIA

MEMORIA


La memoria se entiende como la capacidad para recordar, almacenar y codificar en la mente hechos o situaciones del pasado. Para saber si podemos fiarnos de la ésta, debemos diferenciar en primer lugar los tres tipos de memoria que actúan en este proceso mental.

La información que recibimos a través de los sentidos se almacena en un primer momento en la denominada memoria sensorial, aunque ésta lo hace durante un periodo de tiempo muy breve (no alcanza más de uno o dos segundos), para pasar a la memoria a corto plazo, en donde se retiene durante un máximo de 15 o 20 segundos. Por último, parte de esta información es transferida a la memoria a largo plazo, de capacidad prácticamente ilimitada.

Durante este proceso pueden ocurrir distintos fallos, por los que la memoria tiende a olvidar ciertos sucesos (en el caso de la amnesia psicógena, no se recuerda una experiencia traumática), crear recuerdos nuevos que en realidad nunca han tenido lugar  o a llegar a perder casi totalmente la memoria. Además, en muchos casos nuestros sentimientos interfieren en estos recuerdos, haciendo que éstos se encuentren sometidos a una clara subjetividad, lo que puede llevar a que diversas personas que comparten un recuerdo, tengan visiones completamente distintas del mismo.

No obstante, estos fallos no son motivo suficiente para establecer que no me puedo fiar de la memoria ni que todo lo que conocemos es falso, pues a pesar de ellos, la memoria es capaz de recordar mucha otra información con total precisión. Ésta nos permite realizar todas las actividades propias del ser humano (desde hablar o recordar el camino a casa, actividades en las que se deben aplicar los conocimientos aprendidos, atc.), por lo que sí podemos fiarnos de ella.

PERCEPCIÓN Y CONOCIMIENTO


PERCEPCIÓN Y CONOCIMIENTO


Los seres humanos no podemos ni percibir ni conocer absolutamente toda la realidad. En primer lugar, es imposible percibir toda la información que produce ésta debido a la propia anatomía humana. Nuestro cuerpo, entendido como el conjunto de sistema y órganos que nos permite existir, y sin entrar por tanto en el terreno de lo metafísico, posee ciertos límites que nos impiden la plena percepción de los estímulos externos. Esto debe a la existencia de los denominados umbrales de percepción, que actúan omitiendo todos aquellas sensaciones procedentes de estímulos que se encuentren por debajo de nuestro umbral absoluto mínimo, así como aquellas que superan nuestro umbral absoluto máximo. 

Nuestros sentidos, por tanto, necesitan una determinada calidad y cualidad de estímulo para poder captar la información. Es por ello que somos incapaces de sentir los microscópicos ácaros que recorren continuamente nuestro cuerpo, al igual que no percibimos la increíble fuerza que produce sobre nosotros la gravedad, ni somos capaces de oír ciertas frecuencias de sonido. Además, no podemos afirmar con certeza que lo percibido por nuestro cuerpo se complemente fielmente con la realidad, lo que nos lleva a admitir de nuevo que esta realidad es imposible de ser percibida en su conjunto.

De la misma manera somos incapaces de conocer totalmente la realidad, lo que deriva de nuestro modo de conocer, limitado por la percepción. Resulta imposible conocer todo  aquello que no se percibe, lo que parece claro, pero además lo que sí se conoce, se debe ajustar a la manera en la que percibimos, a nuestros sentidos. Por ello, podemos negar el hecho de llegar a conocer la realidad de forma absoluta.


Muchos filósofos, pensadores e intelectuales han debatido a lo largo de toda la historia acerca de esta cuestión, señalando todos ellos diversas formas de percepción y conocimiento. No obstante, la ciencia y a los profundos descubrimientos y avances que se han logrado en el terreno del cerebro, han ayudado a aclarar estas dudas, por lo que podemos afirmar que somos incapaces tanto de conocer como de percibir toda la realidad.